EL
lunes día 24 de abril del año de gracias – 2012 los alumnos de
sexto B del colegio publico C.E.I.P Benyamina fueron a la biblioteca
publica de Torre-molinos - Málaga- Andalucía
– España,
Pablo
Ruiz Picaso, a leer un fragmento de el Quijote. Leyeron dos niños de
cada colegio de los once
que
hay en Torre-molinos, que eran: Colegio Mira-mar, Colegio el rincón,
El colegio palma de Mallorca, La paz, el San Miguel, El C.E.I.P
Benyamina, El colegio ATENEA, El pinillo, El colegio albaida, El
medalla milagrosa y el Sunny View.
Leimos el capítulo once y el doce. Decía
así, esto solo es un trocito: Fue
recogido de los cabreros con buen ánimo, y habiendo Sancho lo mejor
que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor
que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego
en un caldero estaban; y aunque él quisiera en aquel mismo punto ver
si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo
dejó de hacer porque los cabreros los quitaron del fuego, y
tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha
priesa su rústica mesa, y convidaron a los dos, con muestras de muy
buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las
pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo
primero con groseras ceremonias rogado a Don Quijote que se sentase
sobre un dornajo que vuelto al revés le pusieron. Sentóse Don
Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era
hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo: porque veas,
Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y cuán a
pique están los que en cualquiera ministerio de ella se ejercitan,
de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que
aquí a mi lado, y en compañía de esta buena gente, te sientes, y
que seas una misma cosa conmigo que soy tu amo y natural señor, que
comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; porque de la
caballería andante se puede decir lo mismo que del amor que se dice,
que todas las cosas iguala. ¡Gran merced! dijo Sancho; pero sé
decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y
mejor me lo comería en pie y a mis solas, como sentado a par de un
emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que
como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y
cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso
mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni
toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la
libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que
vuestra merced quiere darme, por ser ministro y adherente de la
caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced,
conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho;
que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde
aquí al fin del mundo. Con todo eso, te has de sentar, porque a
quien se humilla Dios le ensalza. Y asiéndole por el brazo, le forzó
a que junto a él se sentase. No entendían los cabreros aquella
jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra
cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho
donaire y gana embaulaban tasajo como puño. Acabado el servicio de
carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas
avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si
fuera hecho de argamasa. No estaba en esto ocioso el cuerno, porque
andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz
de noria, que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de
manifiesto. Después que Don Quijote hubo bien satisfecho su
estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y mirándolas
atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban etas dos palabras de tuyo y mío!
¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban etas dos palabras de tuyo y mío!
Después
de leer fuimos a desayunar a la cafetería y nos dieron un boyicao
y un “dorayaqui”.
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